Un día se le plantó en su vida Eva a Adán y lo mismo le ocurrió a Eva y la vida en el paraíso nunca volvió a ser la misma. A Eva le daba por poner nombres a las cosas y a los animales. Una vez se empeñó en comparar unas cataratas con las del Niágara, sin saber por qué y Adán esta obcecado con lo absurdo de esa manía de comparar con cosas que no sabe lo que son, como eso de llamar peces a las criaturas del mar.
Eva, por el contrario, afirmaba que los nombres le venían sin pensárselo, como el descubrimiento del fuego y que como eso le hería el orgullo a Adán, le preocupaba sobremanera que él se manifestara molesto. Eva se sentía triste, se sentía sola, se sentía maravillosamente feliz... y todos esos sentimientos también son hallazgos de Eva.
Mark Twain, muy lejos de romper los mitos que sitúan a las mujeres en Venus ya los hombres en Marte, acentúa de una forma sarcástica y divertida esos tópicos. No en vano, es un hombre del siglo XIX al que hay que agradecerle, por otro lado, que no nos haya condenado a las mujeres con la misma crueldad con lo que lo ha hecho la historia.